
Como lo prometido es deuda, me dispongo a continuar con las entradas referidas a la infancia de mi hijo, a esos primeros años que hoy apenas recuerdo; he aprendido a verlo como es y aceptar que Juan Luis es así. Los tiempos de refugiarme en como era cuando tenía un año y estaba bien ya pasaron, la idea de que volvería a ser lo que era, también, al igual que la época de sufrimiento, impotencia y desesperación; de la vertiginosa carrera contrarreloj con la que nos obsesionamos con la idea de recuperarlo y volver a tenerlo como era antes.
Mi hijo es aquel niño y es este hombre que despierta todas las mañanas con unas enormes ganas de levantarse y enfrentarse al mundo, y que me enseña muchas cosas todos los días, pero la mas importante de todas es a quererle tal y como es, sin haber perdido ni un gramo de la fascinación que siempre he sentido por él.
Recuerdo que poco antes de que naciera su hermano, cuando tenía unos veinte meses, empezó a estar mas atento a la televisión, le gustaban los anuncios y los dibujos animados; se pasaba mas tiempo viéndolos y empezó a estar mas serio, pero nosotros no le dimos ninguna importancia, pensamos que era normal que con el tiempo fueran cambiando sus gustos e intereses.
En estas estábamos cuando... al mes siguiente nació su hermano. Desde los primeros días mostró una excesiva preocupación cuando este lloraba. Cada vez que lo oía, nos apremiaba para que fueramos a calmarlo. También recuerdo que cuando me ponía a dar de mamar a su hermano, él se colocaba detrás de mí, subido en el sillón, mientras me acariciaba insistentemente el pelo. Estos comportamientos los justificamos como posibles celos hacia su hermano, algo que nos parecía, hasta cierto punto, lógico y normal.
Con el paso de los meses se fue haciendo cada vez mas introvertido, menos comunicativo y parecía menos conectado con su entorno y si lo hacía era de una manera incontrolada, se había vuelto un poco trasto, hacía una detrás de otra. Poco a poco empezó a irritarse por cualquier cosa y a jugar de forma repetitiva, pero lo peor de todo eran sus despertares, lo hacía con unos llantos inconsolables, daba igual lo que intetaras hacer para calmarle, nada le tranquilizaba; ya fuera de día o de noche, hubiera dormido mucho o poco, acudiera su padre o yo, siempre se comportaba igual. Nos parecía que estaba asustado, dolorido, enfadado con nosotros ... no sabíamos que pensar ni que hacer. Estábamos hundidos y desesperados, el llanto le podía durar hasta tres o cuatro horas seguidas.
Ante esto, acudimos a varios médicos pero la respuesta de ellos fue siempre la misma: no tenía nada, estaba sano y era un niño muy inteligente. La única explicación que daban es que su comportamiento era debido a los celos y pronosticaban que con el tiempo se le pasaría.