
La otra tarde tuve que ir con Juan Luis al médico a fin de que le prescribiera la medicación que ha de tomar para la alergia durante esta primavera. Se trata de una visita rutinaria que hacemos todos los años por estas fechas con objeto de evitar, en la medida de lo posible, los efectos que determinados alérgenos le producen durante esta época.
El alergólogo es un profesional estupendo, tiene una paciencia infinita y prueba de ello es que consiguió practicarle las pruebas pertinentes hace ya muchos años, cuando Juan Luis no podía ver un médico ni a un kilómetro (aunque también ayudó su hermano que se prestó como modelo ante él). En la actualidad Juanlu acude a tantas visitas médicas como sea necesario, permitiendo que le ausculten, miren la garganta, oidos... es decir, las prácticas rutinarias, pero todo lo que se salga de ellas le ponen en alerta y ya no es tan fácil, hay que hablarlo y negociarlo con él. Pero lo que peor lleva son las visitas para que le pinchen, esto es algo superior que no puede remediar, ya que le suponen un conflicto entre el deber y el poder, y no es fácil conseguirlo con éxito y sin pasar un mal rato.
En esta ocasión en nuestra visita al alergólogo, nos recetó, entre otras, una medicina que debían inyectarle, y yo le comenté que el año pasado costó mucho ponérsela porque no se dejaba y que al final tuvieron que ponérsela en el brazo. El me dijo que en el brazo no era aconsejable, que lo apropiado era en el trasero, pero al comentarle yo que resultaría imposible, él mismo se ofreció a ponérsela. Logicamente yo le tomé la palabra, me salí a comprar la medicina y volví a la consulta. Como era de esperar Juan Luis se prestó en un principio, pero después cuando vió la aguja, no se dejaba; él quería , sabía que debía ponérsela pero.... era superior a él y le agarraba la mano al médico. Éste dijo que no importaba, que necesitaba su tiempo y así fue, poco a poco fue acercando su mano hacia mi hijo, lentamente, muy lentamente, mientras yo le hablaba de lo bien que lo estaba haciendo y de que después nos tomaríamos un helado; el proceso de aproximación duró unos 7-8 minutos, hasta que por fin pudo introducir la aguja en el músculo. Fue todo tan lento y tan suave que Juan Luis ni se dio cuenta, ni volvió la cabeza ante el pinchazo. Todo fue posible gracias a la tranquilidad y paciencia del doctor, que hizo posible el objetivo sin necesidad de nervios, enfados, ni traumas.
Después el médico me comentó que era la única forma de hacerlo, dado su edad y envergadura no se podría hacer a la fuerza; según él solo era cuestión de darle "su tiempo". Al final todos quedamos contentos y Juan Luis disfrutó del helado prometido.
Os cuento esto porque me siento en deuda con esta persona que siempre me ha demostrado su sensibilidad y profesionalidad y consigue que las pequeñas cosas se conviertan en algo natural en vez de tornarse en problemas y obstáculos. Esperemos que dentro de un mes, que hay que repetir la operación, todo salga como ahora.
El alergólogo es un profesional estupendo, tiene una paciencia infinita y prueba de ello es que consiguió practicarle las pruebas pertinentes hace ya muchos años, cuando Juan Luis no podía ver un médico ni a un kilómetro (aunque también ayudó su hermano que se prestó como modelo ante él). En la actualidad Juanlu acude a tantas visitas médicas como sea necesario, permitiendo que le ausculten, miren la garganta, oidos... es decir, las prácticas rutinarias, pero todo lo que se salga de ellas le ponen en alerta y ya no es tan fácil, hay que hablarlo y negociarlo con él. Pero lo que peor lleva son las visitas para que le pinchen, esto es algo superior que no puede remediar, ya que le suponen un conflicto entre el deber y el poder, y no es fácil conseguirlo con éxito y sin pasar un mal rato.
En esta ocasión en nuestra visita al alergólogo, nos recetó, entre otras, una medicina que debían inyectarle, y yo le comenté que el año pasado costó mucho ponérsela porque no se dejaba y que al final tuvieron que ponérsela en el brazo. El me dijo que en el brazo no era aconsejable, que lo apropiado era en el trasero, pero al comentarle yo que resultaría imposible, él mismo se ofreció a ponérsela. Logicamente yo le tomé la palabra, me salí a comprar la medicina y volví a la consulta. Como era de esperar Juan Luis se prestó en un principio, pero después cuando vió la aguja, no se dejaba; él quería , sabía que debía ponérsela pero.... era superior a él y le agarraba la mano al médico. Éste dijo que no importaba, que necesitaba su tiempo y así fue, poco a poco fue acercando su mano hacia mi hijo, lentamente, muy lentamente, mientras yo le hablaba de lo bien que lo estaba haciendo y de que después nos tomaríamos un helado; el proceso de aproximación duró unos 7-8 minutos, hasta que por fin pudo introducir la aguja en el músculo. Fue todo tan lento y tan suave que Juan Luis ni se dio cuenta, ni volvió la cabeza ante el pinchazo. Todo fue posible gracias a la tranquilidad y paciencia del doctor, que hizo posible el objetivo sin necesidad de nervios, enfados, ni traumas.
Después el médico me comentó que era la única forma de hacerlo, dado su edad y envergadura no se podría hacer a la fuerza; según él solo era cuestión de darle "su tiempo". Al final todos quedamos contentos y Juan Luis disfrutó del helado prometido.
Os cuento esto porque me siento en deuda con esta persona que siempre me ha demostrado su sensibilidad y profesionalidad y consigue que las pequeñas cosas se conviertan en algo natural en vez de tornarse en problemas y obstáculos. Esperemos que dentro de un mes, que hay que repetir la operación, todo salga como ahora.