Supongo que todo tiene un coste ya sea éste económico, físico o emocional. Digo esto bajo una suposición y en medio de una serie de sentimientos contrapuestos, de una mezcla de emociones positivas y negativas que tratan de imponerse unas a otras en una pugna que solo el tiempo pondrá en su lugar.
El pasado viernes se celebró la fiesta de fin de curso en el Centro Ocupacional al que acude mi hijo Juan Luis. En principio, todo resultó muy bonito, la fiesta muy agradable, las actuaciones por parte de los chicos y chicas estupendas, el ambiente magnífico...En fin todo un éxito.
El problema se centra, como ya habréis imaginado, en mi hijo. Él, tuvo varias intervenciones a lo largo de la noche durante las cuales apareció en el escenario, bien portando pancartas que anunciaban los distintos sketchs, bien como integrante de un grupo de baile que puso en escena el tema principal de la película GREASE o participando en el fin de fiesta para celebrar el éxito del mundial de fútbol con la melodía de David Bisbal "Waving flag".
La actuación de Juan Luis fue correcta, dentro de lo que en principio se puede esperar de él. Se mostró contento, disfrutando y en general, bastante integrado. Me pareció que había estado mejor que otros años y, a simple vista, no parecía que el ruido ni el bullicio le hubiesen molestado, por lo que yo estaba muy contenta. Había pasado la prueba con buena nota, por eso, yo me las prometía feliz para el resto de la noche.
¿Dónde está el problema entonces? Pues como dice el dicho: "Mi gozo en un pozo", porque una vez acabaron las actuaciones y dado que había barra, nos quedamos a tapear un rato y compartir impresiones con padres y amigos. Esto es así, siempre lo hacemos y él lo sabe, no suponía nada excepcional. Pero se ve que esta vez algo no le cuadró, empezó a no estar a gusto y poco a poco se fue poniendo nervioso e irritable. Yo eché mano de paciencia, patatas, bocadillos, refrescos, el ipod con su música preferida (que en prevención me había llevado)... y entre unas cosas y otras pudimos sobrellevarlo hasta que nos fuimos. Pero al llegar a casa el huracán que llevaba dentro estalló y apareció una temida crisis de nervios que nos costó controlar mas de dos horas. No sé si se le habría pasado el sueño, si estaba demasiado cansado, si había estado tratando de adaptarse a las exigencias y al final no pudo más... no sé lo que realmente pasó, pero mi alegría recién estrenada desapareció hasta convertirse en una enorme impotencia y un sentimiento de culpabilidad por no haber sido capaz de preveer su reacción. Por eso, mis preguntas ahora son: ¿Merece la pena someterlo a un esfuerzo que luego le pase factura? ¿Es mejor que no participe en dichos eventos? ¿Me tendría que haber ido en cuanto terminó la actuación? ... No sé, todo son dudas, es difícil encontrar la justa medida que necesita en cada momento; imposible desfilar todo el día como un equilibrista por ese alambre que une o separa, según se mire, su singularidad y el resto del mundo, sus necesidades y nuestras metas, su gran individualidad y su frágil sociabilidad.
Quizás el pasado viernes le exigimos demasiado, probablemente se nos escapó algo, pero a pesar de todo, tampoco quiero que, por dejar de exponerle a situaciones que le supongan un esfuerzo para adaptarse al ambiente, cada vez las tolere menos y vaya reduciendo sus posibilidades de normalización e integración. Hemos trabajado mucho para llegar hasta aquí y no puedo ahora tirar la toalla. Pero, por otra parte, ¿merece la pena hacerlo a ese precio?
Dejo este interrogante en el aire esperando poder encontrar la respuesta con vuestra ayuda.